Hola, escribo estas líneas un domingo de semana santa, en el que llevo todo el día currando al 150% en algo que yo misma he creado a la medida de mi motivación y perfeccionismo y que, aunque me lo tome súper en serio porque es en parte activismo, en parte escaparate de mi trabajo como podcaster, en parte desarrollo de mi faceta antropológica, ni siquiera me da ingresos. Yo lo llamo pasión, digo que estoy invirtiendo en mi carrera, me felicito por el esfuerzo que nunca termina. En realidad, estoy agotada de no parar ni en finde ni en vacaciones, de no descansar, de exprimir cada minuto, de hacer productivo cada desplazamiento, interacción, tarea y tiempo, de que en mi cabeza no pare de bullir de ideas y asociaciones, de recibir decenas de notificaciones al día que reviso concienzudamente porque muchas me sirven para este mismo podcast. Estoy agotada como todos, en realidad.
Hola, soy Paula Martín, periodista especializada en radio y podcasting con formación en Antropología Sociocultural, y este es el primer episodio en solitario de la segunda temporada de “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?” el podcast en el que me pregunto cómo es posible que, habiendo cubierto todas nuestras necesidades biológicas como especie hace tiempo y estando rodeados de abundancia, no seamos capaces de disfrutar y descansar y no nos permitamos ni un minuto de tiempo no productivo. Nos hemos convertido en la generación, en la civilización, del agotamiento.
Paul Lafargue comenzaba así su ensayo “El derecho a la pereza” ya en 1880 “Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista. Esa locura es responsable de las miserias individuales y sociales que, desde hace dos siglos, torturan a la triste humanidad. Esa locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda del trabajo, que llega hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de su prole.”
Este agotamiento del que hablaba al principio es una traducción amplia del síndrome del burnout laboral, de estar quemada en el trabajo: cuando tu carga de trabajo aumenta siempre un poquito más, siempre un poco más allá de lo que es humanamente posible, de lo que tu capacidad de abarcar sin aflojar permite, de lo que tu cerebro a mil revoluciones es capaz de absorber antes de explotar en un amasijo de sesos. La trampa de la lealtad y la eficiencia lo posibilita: si eres una persona trabajadora, eficiente, y comprometida con tu trabajo, siempre te darán más y más trabajo.
Al principio harás el esfuerzo puntual, pero pronto lo puntual se convertirá en un continuo en el que a las tareas rutinarias o propias de tu puesto se añadirán otras y más y más, las más de las veces sin reconocimiento o recompensa por ello, y sin embargo con mensajes que invitan al sobre-compromiso y a la culpabilidad, como recordarte que eres una privilegiada por tener ese puesto o incluso trabajo en general, que deberías estar agradecida, que tienes que ayudar a tus compañeros, que la empresa es una gran familia con una misión en común… y si en la ecuación metemos vocación o pasión por tu trabajo… estás perdida.
El trabajo irá ocupando una parte cada vez mayor no solo de tu tiempo laboral, que se expandirá sin remedio y sin que pidas nada a cambio, ya que es tu culpa por no poder hacerlo todo en la jornada laboral, sino también en tu tiempo ‘libre’ con una carga mental y una ansiedad relacionadas directamente con todo aquello que no has podido hacer, que aún te queda por hacer, que deberías haber hecho.
Y pronto, aparecen los primeros signos del burnout: estrés y ansiedad crónicos que provocan fatiga mental y física; procrastinación porque todo te parece demasiado grande, demasiado complicado de hacer; cinismo al recibir nuevos encargos o ciertos mensajes de motivación o de amenazas veladas… en los casos más graves, se puede caer en una depresión.
¿Y por qué he empezado por hablar de trabajo? Porque el trabajo domina por encima de cualquier otra ocupación humana ya que nos provee el sustento, estructura nuestro tiempo y ocupa una gran cantidad de espacio vital y mental, sí. Pero también, porque hemos pasado de sociedades en las que se priorizaban nuestras necesidades humanas a nivel biológico, social, emocional… a una sociedad homogénea en los países occidentales donde se prioriza lo que es beneficioso para la lógica empresarial, y ya. Y no es algo que hayamos hecho conscientemente. Es una cuesta abajo resbaladiza en la que hemos ido cayendo, cada vez a mayor velocidad, según el neoliberalismo se ha ido imponiendo en la mayoría de los mercados a todos los niveles. Porque ya no hablamos de países. Hablamos de mercados.
Y si hay que servir a un mercado, el mercado nunca duerme, amigo. Hay que entregarle el todo. El tiempo es oro, y como tal, no se puede desperdiciar ni un minuto, so pena de perder dinero y de ir quedándose atrás. Estamos metidas en la rueda del hámster hasta el cuello, y esta es una rueda con inercia eterna y aceleración exponencial.
Carlos Javier González Serrano escribe en Ethic “El tiempo se ha convertido en un dispositivo de control y opresión. Vivimos en el seno de sociedades cronopáticas. Las ideas normativas –silenciosamente establecidas– de que «el tiempo es oro» o «sé tu propio empresario» esconden una avasallante esclavitud productiva. (…) El estrés es hoy el elemento natural de nuestras vidas. Su normalización ha impuesto la rapidez (como pauta del paso del tiempo) y la rentabilidad (como valor) para enjuiciar el mérito, atractivo y enjundia de cualquier proceso vital.”(…) “A mayor aceleración de los procesos, mayor es la rapidez con la que debemos actuar. Y más rapidez acarrea menor tiempo de reflexión. O dicho en los términos que defiende este artículo: una mayor rapidez implica más facilidad para enfermar cronopáticamente a la ciudadanía. “
Ya lo dijo Orwell, «una población que está ocupada trabajando, aunque sea en tareas totalmente inútiles, no tiene tiempo para hacer mucho más».
Y si tú estás dentro de la rueda con esa visión de túnel que no te deja ver lo que queda fuera, pero le encuentras un propósito y un objetivo a tal cantidad de trabajo, responsabilidad y ritmo frenético, si ves que todo esto tiene un fin, tanto en el sentido de que hay que llegar a algún sitio, como en el sentido de que al llegar dentro de no mucho tiempo, todo se parará y podrás descansar, entonces ese esfuerzo se puede sobrellevar, tiene sentido, y tiene recompensa.
Pero si no hay un final, y lo que se presenta como meta es el precipicio dado que las noticias sobre los desastres y predicciones del calentamiento global, o de los horrores de las guerras existentes y las que se perfilan en el horizonte, o de la inseguridad económica y financieras son cada vez más alarmantes… ¿cómo alguien puede seguir corriendo que se mata dentro de esa rueda de hámster, sin querer sin más salirse de un salto y lo que tenga que pasar, que pase?
Eso fue lo que hicieron 47 millones de personas en Estados Unidos tras la pandemia solo en 2021 en lo que se llamó la Gran Dimisión: dejaron su puesto de trabajo y se tomaron un tiempo para pensar qué hacer con su vida, o cambiaron totalmente de sector, buscaron un trabajo o una vida que les permitiera vivir de verdad o al menos tener algo de tiempo y sentirse seres humanos… muchísimos de ellos solo buscaron mejores condiciones de trabajo o un trabajo mejor, pero el parón que supuso en nuestras vidas la pandemia, con sus confinamientos, dio tiempo a millones de personas para reflexionar qué narices estaban haciendo con sus vidas en realidad. Pasado el tiempo, y habiéndose dado cuenta de que muchos solo intercambiaron puesto de trabajo con otra persona, o que abrazar pandas o cuidar de un faro como ocupación laboral tenía también sus inconvenientes, vino el Gran Arrepentimiento. De nuevo se constató la dificultad para encontrar un nuevo empleo con buenas condiciones laborales y salariales, o que no se convirtiera con el tiempo en una trituradora más…
Y de vuelta a la rueda del hámster. El hecho de que, como persona individual, renuncies a tu empleo y busques otro o te retires a vivir a una cueva, no va a cambiar la realidad ahí fuera. Y, sin embargo, hay que ponerle freno a esta rueda, que con el tiempo nos atropella a todas.
Hay que encontrar el tiempo para descansar. El tiempo para dedicar a algo que nos encante hacer, y que no tenga otra finalidad que la de darnos placer. En mi caso, el baile, leer, viajar. O la ornitología, como en el caso de Margaret Atwood o la autora de “Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención” Jenny Odell.
No hacer NADA. ¿Se puede? Descansar, dejar la mente y el cuerpo vagar, darle espacio a la imaginación. Aburrirse. El aburrimiento es el espacio que le damos a la mente para desconectar, para descomprimir, para crear. Sin tiempo no ocupado, sin tiempo no productivo, sin aburrimiento, no puede nacer nada nuevo, no se puede desarrollar el pensamiento y la reflexión. Como escribe Margaryta Yakovenko en un artículo para El País en el que se pregunta si vivimos en la era del gran agotamiento, parecemos “una especie de batería agotada que en vez de recargarse cuando se conecta al enchufe, empieza a echar humo”. Quizá sólo sea cuestión de un cambio de la atención, como propone Jenny Odell. Centrarla en otro punto para conseguir el objetivo de recuperar el espacio que permita reflexionar y pensar sobre las cosas.
Ya hay varias autoras y autores que proponen parar, PARAR, con mayúsculas, como forma de resistirse, de rebelarse ante una vida acelerada, reventada de estímulos, de sobrecargas, de prisas. Una vida que abra la puerta a lo contemplativo, al hedonismo, al descanso, al disfrute de nuestro tiempo, que es lo más rico que tenemos, al ocio de verdad, no al ocio centrado en el consumismo. A vivir con menos, que es la forma de disfrutarlo más.
Dejar de identificar trabajo, salario, éxito y logros con mayor valor personal y social, salirse del juego que inevitablemente vamos a perder, y encontrar el valor en nosotras mismas, en las personas que nos rodean, en la fortuna de nuestro propio tiempo, en las cosas pequeñas que despreciamos por cotidianas, por baratas, por poco brillantes bajo los potentísimos focos de las redes sociales, la comparación con otros o los medios de comunicación.
Dejar de toquetear el móvil cada 30 segundos mientras vemos una película, leemos un libro o tomamos un café con un amigo, para buscar lo nuevo, lo estimulante, lo impactante, y poner los 5 sentidos en lo que estamos haciendo, porque esa es la única manera de vivir aquí y ahora y no en un espacio flotante y ausente. La única manera de darle el valor que se merece a lo que hacemos, las pequeñas y grandes cosas y personas que componen nuestra vida.
Del ‘no me da la vida’ o el ‘como pollo sin cabeza’ a la serenidad y una identidad que no se construya en base al trabajo y la imagen social que proyecta sobre los demás, sino que se componga de un puzzle de todo aquello que somos y que nos da valor al margen de las ocupaciones y el estatus socioeconómico.
Como en la peli de Win Wenders, “Perfect days”, donde Hirayama trabaja en el mantenimiento de los baños públicos de Tokio y parece contento con una vida sencilla en la que emplea su tiempo libre en leer, escuchar música o pasear con su bicicleta, mientras que su hermana se avergüenza de él por haber elegido un trabajo que muchos considerarían indigno cuando no lo necesita ya que procede de una familia adinerada… una invitación a reflexionar sobre que a veces, un trabajo alimenticio que solo nos exige unas horas de nuestro tiempo y nos deja el resto del día para disfrutarlo o emplearlo en otras cosas es preferible a un trabajo de prestigio y bien pagado, incluso al “trabajo de nuestros sueños” en el que nos perdemos y que no nos permite vivir.
Y esto sin contar con la precariedad imperante en todos los sectores económicos, y con realidades sociales y personales en las que parar no es una opción…Quizá esa sea una de las razones por las que las bajas de trabajadores por salud mental se hayan duplicado desde 2016.
Pero sí podemos elegir abstenernos de esa actividad frenética que nos impone este modo de vivir y pararnos un momento a reflexionar qué estamos haciendo con nuestras vidas y qué queremos en realidad, reclamar ese cansancio como una resistencia pasiva a este ritmo demencial de vida y poner en práctica esa ‘revolución lúdica’ del disfrute, el descanso y el juego sin propósitos productivos, como propone Azahara Alonso en su novela “Gozo”.
Me doy cuenta de que yo misma, escribiendo sobre todo esto, estoy incurriendo en una enorme contradicción, como hace Byung-Chul Han escribiendo ‘La sociedad del cansancio’ y luego 5 libros más y dando conferencias por todo el mundo, dando clase en la universidad…
¿Y qué hago yo escribiendo sobre todo esto, cuando debería estar relajándome con un buen libro SIN SUBRAYAR o mirando al techo sin más, quizá meditando…? Me voy a la piscina, que tiene chorritos de spa. Me vendrá bien relajarme… para prepararme para todo lo que tengo que hacer esta semana. Guiño, guiño.
Bibliografía
libros
“Gozo” (Azahara Alonso)
‘La sociedad del cansancio’ (Byung-Chul Han)
‘Cómo no hacer nada’, el tratado de Jenny Odell para recuperar el derecho al tiempo no productivo
“El derecho a la pereza” (Paul Lafargue)
podcast
«La sociedad de las prisas. Con María Novo» SAPIENS
https://open.spotify.com/episode/3pj75SypaELHbcdq1hCuFY
artículos
LA SOCIEDAD CRONOPÁTICA https://ethic.es/2024/02/la-sociedad-cronopatica-tiempo-y-opresion/
Las bajas de trabajadores por salud mental se duplican desde 2016 y ganan peso sobre el total https://www.eldiario.es/economia/bajas-trabajadores-salud-mental-duplican-ganan-peso-total_1_10480188.html
El #trabajo es una fuente de insatisfacciones de una parte importante de la población. Sin embargo, la insatisfacción laboral no depende únicamente del salario, la relación entre compañeros o el rol que uno desempeña. https://ethic.es/2023/03/no-te-gusta-el-trabajo-o-no-te-gusta-la-vida/
En su último libro, ‘Vida contemplativa’ (Taurus, 2023), el filósofo surcoreano se pregunta si estamos perdiendo la capacidad de no hacer nada y reclama los #beneficios de la ociosidad https://ethic.es/2023/05/el-esplendor-de-la-inactividad-byung-chul-han/
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