Mis 10 conclusiones sobre la sostenibilidad (o no) de la industria de la moda y cómo aplicarlas a tu propia vida

publicado en: Moda consciente | 0

Este es un episodio muy importante por lo que te doy las gracias por estar escuchando, y muy especialmente si me has acompañado desde enero de este año, cuando presenté la temporada junto a María Mérida y Carla  Cervera. Este episodio cierra la serie ‘moda consciente’ y es una reflexión sobre todo lo que he aprendido en este recorrido. 

Te cuento cómo lo voy a hacer: iré explicándote las 10 conclusiones a las que he llegado, y para cada una te voy a contar cómo ha afectado darme cuenta de eso en concreto a mi propia vida, y cómo creo que tú que escuchas lo puedes aplicar a la tuya.

Después de estos 9 meses de leer, buscar en internet, escuchar podcasts, ver documentales, hablar con expertos de aquí y de allá y con mis dos colaboradoras que trabajan en distintos ámbitos de la moda, he llegado a una conclusión general:  la industria de la moda no es ni puede ser sostenible. Vestirse sí puede llegar a serlo.

Pues qué bien, ¿no? ¿Y para eso te tiras 9 meses haciendo podcast? A lo mejor te preguntas eso, y no te culpo. Puede ser una conclusión bastante obvia desde el principio, sobre todo si miramos datos de consumo, emisiones, desechos… Pero solo ahora compruebo cómo de cierta es. Y es que la industria de la moda es una maquinaria tan monstruosa y mueve tanto dinero y mercancías, emplea a tanta gente y sectores alrededor del globo, y genera tal cantidad de residuos y emisiones tóxicas, que es imposible que en algún momento pueda llegar a ser sostenible si no echamos el freno. Ahora, que vestirnos, nos vestimos todos, y que si ponemos un poco de nuestra parte, si tomamos conciencia y dejamos de comprar por impulso, podremos volver a convertir la ropa en un elemento más del círculo de nuestra existencia como especie en la Tierra.

Y por aquí comienzo estas 10 conclusiones sobre la industria de la moda y la sostenibilidad:

  1. No necesitas tanta ropa: reduce tu consumo


Esto es una verdad como un templo que se hizo evidente con la pandemia, cuando toda la ropa que teníamos almacenada en armarios y cómodas no nos hacía falta… y esto sigue siendo verdad ahora que muchos teletrabajamos desde casa, y seguirá siendo verdad la próxima vez que abras tu armario para vestirte para ir a una cena o cualquier sitio y digas “no tengo ropa”. Sí tienes ropa, tenemos demasiada, lo que pasa es que no es la ropa que quieres llevar o que te sienta bien… o simplemente, de cuando te la compraste a ahora, la moda ha cambiado, aunque sea una temporada, y ya esa prenda se ha quedado vieja… o se ha quedado vieja de verdad porque era de mala calidad. En fin, que el principal problema de todo esto es que compramos demasiada ropa, y ese consumo masivo es lo que engrasa toda la maquinaria de la industria de la moda, y especialmente de la moda rápida. Y aquí llegamos al quid de la cuestión, el fast fashion: esta es LA pata de la industria que ha hecho que la moda se convierta en la segunda industria más contaminante del mundo, solo por detrás de la del petróleo. De hecho, están estrechamente conectadas porque la fibra textil más utilizada en el mundo entero es el poliéster, un sintético que viene del petróleo… sí, como si te vistieras con bolsas de la compra pero más refinado, y con una calidad muy parecida a una bolsa de la compra… además de la energía ingente que necesita para funcionar. Nuestro consumo ansioso está engrasado y empujado por el marketing salvaje que se nutre de nuestro deseo y nuestra insatisfacción con nuestra imagen y nuestro cuerpo, y sin él no podría existir esta masa de consumidores que cada semana van a las tiendas o miran ropa en las webs de marcas o reciben miles de estímulos en redes sociales que les dicen “necesitas comprar ropa”. 

¿Y a mí esto cómo me ha afectado? Pues en que ahora compro digamos un 30-40% de ropa comparado con cómo compraba antes de empezar con el podcast. Miro mil cosas y pongo tantas limitaciones que la mayoría de las veces acabo por no comprar, aunque el ansia me haya llevado a entrar en una tienda o en la web de una marca. Vale, lo admito, soy un poco agarrada, pero hace un tiempo compraba mucha ropa en cualquier tienda de moda rápida y muchas veces la devolvía al poco porque ni siquiera me gustaba lo que había comprado. Llegué a entrar en tiendas casi cada día, como nos contó Laura Opazo, y esta compulsión coincidió con un momento de mi vida muy chungo, en el que además vivía en pleno centro y tenía que pasar por mil tiendas para ir a cualquier sitio. 

De todas formas, ser mujer, tener redes sociales o simplemente tener acceso a Internet o ver a otras chicas por la calle supone recibir una cantidad de estímulos y de impactos publicitarios que a mí me resulta casi imposible no sentir la inseguridad sobre mi propia imagen y no pensar que tengo que comprar ropa casi como una obligación. La cosa es: tienes que ir guapa, adecuada a cada situación y más o menos en línea con lo que se lleva. 

¿Y qué hacer frente a esto? Pues nos desmarcamos y tomamos un desvío en el que nos vamos a centrar en nosotras mismas y lo que a nosotras nos interesa, no a quien le interesa que compremos su ropita, y esto me lleva a la segunda conclusión.

  1. Define un estilo propio y crea un armario acorde a tu belleza y tu estilo de vida y deja de preocuparte tanto por “lo que se lleva”.

Hay mucha gente que ya se ha pasado este nivel y ni se lo cuestiona: ropa negra de enero a agosto y vuelta a empezar, cuatro cosas y punto. Vamos, que se la suda la ropa. Pues olé por ellos. También hay gente que tieneun estilo único que las tendencias y las publicidad se las pasa por el forro, gente a la que no le hace falta que le digan “qué se lleva”. 

Si no eres ni del primer ni del segundo tipo, como es mi caso y el de la mayoría de la población, este punto es fundamental. Lo más importante para no comprar como pollo sin cabeza es saber lo que quieres. ¡Ja! ¡Qué fácil lo ves tú todo! ¿No? Pues la verdad que no… para mí, esto es lo más difícil. Si realmente te interesa, recuerda que le dedicamos un par de capítulos a este melón, primero dedicado a encontrar tu esencia, con Andrea Amoretti, y luego a encontrar tu estilo, con María Mérida. Te dejo todos los links en mi web como siempre. 

Y de esto que es tan importante para dejar de comprar mierdas que en el fondo ni te gustan ni te vas a poner, puedes ir un poco más allá y crear tu propio armario cápsula, que me molaría mucho conseguir hacerlo peeeero yo en realidad no creo que lo consiga nunca a no ser que haya una revolución en mi vida y me haga poco menos que budista o me ponga a vivir en una furgo o de mochilera. Realmente, cuando tienes un poco de espacio para tu ropa, aunque sea reducido como es mi caso, es muy fácil ir acumulando lo que tienes pero no te pones y te ocupa espacio físico y mental. Lo típico de “¡esto en cuanto pierda unos kilos me entra!” o “esta blusa me viene bien para cuando tenga que ir arreglada” y en realidad nunca te lo vuelves a poner. Y de vuelta al “no tengo nada que ponerme” y “necesito comprarme tal chaqueta o una camisa de no sé qué o he visto este vestido de Zara a tal influencer y me lo voy a pillar que son 15 euros”… en fin, y de vuelta a la ansiedad y la compra estúpida, y a contribuir a que toda esta rueda del infierno siga girando.

Yo he profundizado mucho en mi estilo propio, la verdad que me vino genial los ejercicios que hicimos para los capítulos que te digo y te animo a hacerlo si este tema te interesa, porque no hay nada que te dé más paz de espíritu al abrir tu armario que encontrar 4 cosas (o 10, pero pocas) que te flipen, que sean justo lo que necesitas para la vida que llevas, y que te las pongas y te mires al espejo y te quieras hacer la foto. A ver, es simple: si tienes 4 cosas, esa es la ropa entre la que tienes que decidir para vestirte. No más abrir el armario y quedarte zombi como intentando componer un look para esa noche o llegar tarde al trabajo porque te has probado 500 combinaciones y ninguna te convence. Yo te animo a hacer esa limpieza, a ser sincera contigo misma y a ir reduciendo tu armario al máximo posible, aunque sea muy poco a poco, porque de verdad que cuanto menos cosas tengas más espacio vas a darte a ti misma y a lo que te verdad te gusta y eres cuando te miras al espejo. 

Vale, después de la intensidad, vamos a lo práctico.

3. Recicla tu ropa y cómprala reciclable.

¿Y a qué me refiero con esto? Pues a que, ¿qué es eso de vestirnos con materiales que no dejan respirar a la piel, o que llevan tóxicos que nos dan alergia, o que se desgastan a la velocidad de la luz y los tienes que tirar, pero para que se puedan descomponer de verdad o dejen de soltar microplásticos al agua, tienen que pasar 200 años?

Ojo, no estoy en contra de nuevos materiales, de la innovación textil, pero siempre con materiales que puedan reintegrarse en la Naturaleza, que puedan volver a un ciclo, como todos los procesos sostenibles sobre la Tierra. No puede ser que compremos 50 camisetas hechas con puro plástico, las tiremos al año y volvamos a comprar otras 50 porque son baratas. Esto está envenenando los océanos, el aire que todos respiramos, afecta a nuestra piel y a nuestro sistema respiratorio… Hay que volver a las fibras orgánicas, a los tintes no tóxicos, y a los procesos textiles que no provoquen envenenamiento de ríos y trabajadores.

Desde que hablé de moda circular con Marina Márquez y conocí los materiales textiles sostenibles con una experta de la organización Textile Exchange, antes que el precio de una prenda miro la etiqueta, y no he vuelto a comprar materiales sintéticos como el poliéster o la viscosa más que en una ocasión y todavía me arrepiento porque es un vestido de verano de puro plástico que tenía que ser fresquito y me hace sudar como un pollo. Esta política que puede parece estricta pero no lo es tanto porque la etiqueta en la mayor parte de las veces sólo te dice materiales, no procesos ni químicos, pues me ha jodido y me ha ayudado a partes iguales. Me ha fastidiado porque digamos un 80% de la ropa ahí afuera, incluso en tiendas o marcas que te venden sostenibilidad o comercio de proximidad o artesano, está hecha de puro plástico, o de mezclas imposibles que luego hacen también imposible que esa prenda se pueda reciclar de alguna manera. Y por otro lado, me ha echado un cable tremendo en esa reducción drástica del consumo.

Las únicas prendas que he comprado que eran de poliéster y siendo consciente de esto y estando de acuerdo han sido una camisa de poliéster reciclado y un bikini hecho con botellas PET recicladas. Y te digo una cosa, por muy reciclado que sea ese material y que sí, es mejor que sea reciclado que no directamente de poliéster, no deja de ser plástico que te pegas al cuerpo, que sigue soltando microplásticos cada vez que lo lavas… en fin, todo lo que esté relacionado con los combustibles fósiles, debería estar con los otros fósiles, en una fosa profunda y bien tapada. Es muy loable la labor de ECOALF en este sentido de limpieza de los océanos y reciclaje de esos materiales para crear ropa, pero habrá que encontrar la forma de simplemente no usar plástico en absoluto, porque hay mil materiales que pueden sustituirlo, y debemos erradicarlo de nuestra vida aunque ya forme parte hasta de nuestro organismo.

4. Puede que tú no entres en la talla 38 que llevabas el año pasado, pero alguien ahí afuera sí entra. Reutiliza lo que ya no uses; conviértelo en algo mejor, intercámbialo por otras prendas o dáselo a quien lo necesite.

El mantra de todo este movimiento de slow fashion, moda sostenible y de cortar con este locura es que la única prenda que es sostenible es la que ya existe. Y eso es cierto, pero estoy de acuerdo en un digamos 85%. ¿Cuál es ese pero? Pues lo que acabamos de ver, que además de existir, esa prenda sea totalmente retornable a la naturaleza por los materiales de los que está hecha. Pero bueno, vamos a centrarnos en la ropa que ya tienes y que por alguna razón ya no quieres. La idea de todo esto es que esos bolsones que todas hemos reunido en cada estación para ‘cambiar armario’ cada vez sean más pequeños, porque tiramos demasiada ropa. Y sí, he dicho dáselo a quien lo necesite, pero que esto no se convierta en una excusa más para hacer sitio para más ropa, o para que empresas que supuestamente son sociales se lucren con nuestro consumo, o para que reventemos las industrias textiles de países en vías de desarrollo a base de inundarlos con nuestra ropa de segunda mano.

Es mejor intercambiar esa ropa con otra gente, con dinero de por medio en muchas aplicaciones de segunda mano como vimos con Micolet, o como un trueque. Yo lo he intentado hacer este verano pero al final se me ha torcido el plan, pero vamos que en cuanto logre llevarlo a cabo, lo documento y subo el vídeo porque creo que va a ser interesante, que los mojitos pueden hacerlo más interesante si cabe, y que algún que otro tesoro se puede encontrar. Y respecto a la ropa de segunda mano, pues lo he intentado varias veces pero no hay cosa que me desmotive más que un montón de ropa, porque soy muy indecisa, y me cuesta visualizarme con una prenda y cómo combinarla… seguiré intentándolo porque hay gente que encuentra cosas que me encantan cuando se las veo puestas, pero de momento apuesto más por comprar menos, aunque sean prendas nuevas.
¿Te acuerdas del kintsugi? Ese arte japonés que consiste en arreglar objetos pegándolos con polvo de oro. Pues de eso va el upcycling. De sacar oro de una prenda que tú ya veías como algo que tirar a la basura. Por ejemplo, compré unas braguitas preciosas en Buenos Aires, en el mercado de San Telmo, hechas con diferentes telas de algodón, y fueron mis prefes mientras duraron, que hay que decir que eran de buena calidad, porque eran súper especiales, nadie más tenía unas como esas. Pues esto es upcycling, y también lo es lo que estoy haciendo con un vestido que me queda raro y no me he puesto mucho, pero me gusta la tela y lo estoy convirtiendo en un dos piezas. En cuanto me ponga de acuerdo con la máquina de coser para que haga lo que yo diga, lo enseño en el Instagram. Esto me ha hecho mirar la ropa que ya tengo de otra forma, darle valor a cada cosa y ver las posibilidades que tiene, y que yo puedo convertir cada prenda en algo que solo yo tengo y que sea ‘muy yo’, y creo que esto de valorar lo que ya tenemos nos puede ayudar a dejar de tirar tanta ropa que al fin y al cabo tiene un valor y ha costado un gran esfuerzo que muchas personas lo produjeran hasta que llegó a tus manos.

5. Casi todos y todas somos fashion victims.


Déjame que te explique. Una fashion victim, en el argot de la industria, sería aquel o aquella que no tiene un estilo propio y sigue cualquier tendencia que se pronostique como ‘el último grito’ a lo loco, es un barco sin timón que en cada temporada parece una persona distinta, y  tiene la ansiedad de ir siempre a la moda. Pero yo miro a la gente por la calle, pienso en mi propia necesidad de tener estas zapatillas o comprar ese vestido o chaqueta para ir a ese evento, echo un vistazo al Instagram de la influencer de turno o muerdo el anzuelo de alguno de los anuncios que me saltan en redes o alguna web, y pienso: ¿no somos todos en realidad un poco fashion victims? 

El marketing, la presión social y el hecho de vernos en selfies todo el rato y compararnos con otra gente en redes sociales, ¿no hacen que caigamos una y otra vez presas de esa maquinaria de la industria que nos hace consumidores obedientes y sumisos que van a las tiendas cada poco con nervios y a veces como tristes por anticipado porque nuestras altas expectativas respecto a la imagen que deberíamos tener rara vez se ven satisfechas por el espejo del probador o la cámara del móvil. La industria de la moda – y de la cosmética y de la estética, ya que estamos – se nutre de nuestra insatisfacción con nuestro cuerpo y nuestra imagen y de la ansiedad por cumplir unos estándares de belleza y un ritmo de renovación de armario al que nadie es realmente capaz de llegar.

Yo por mi parte llevo un tiempo trabajando en eso de aceptar mi cuerpo tal y como es, porque ni tengo ni tendré otro, y esta es mi mejor herramienta física así que, de la misma manera que hemos dicho de valorar la ropa que ya tenemos, ¿por qué no valorar el cuerpo que ya tenemos? ¿Por qué no descubrir lo que tenemos de único y potenciarlo? Que yo sepa, los mayores gurús de la moda son personas que tú las ves por la calle y piensas que adonde va ese fantoche o esa loca, porque se pasan los cánones de belleza y de imagen por el arco del triunfo y son referentes de estilo.

En fin, que menos filtros y tratamientos de estética y más descubrir lo que tienes de especial con y sin ropa, que en esto todavía nos queda mucho por hacer. Por mi parte, quedarme en pelota picada en una playa nudista en Menorca rodeada de otra gente que tenía lo mismo que yo me ha ayudado a ver que lo importante es tener un cuerpo que te lleve a Menorca, y que te dejes de chorradas de imagen.

6. Una moda ética laboralmente y que reduzca su impacto climático es más cara que lo que estamos acostumbradas a pagar, y está bien que así sea.

La ropa tiene un precio que no es el que vemos en las grandes cadenas. Y si tú no pagas ese precio en esa prenda, lo pagarás con el cómputo global de todas las prendas que compres, que al final va a ser mucho mayor, lo pagará la persona que ha confeccionado esa prenda por una miseria, y lo pagará el medio ambiente porque allá donde se produzca esa prenda las regulaciones medioambientales serán muy laxas o no existirán, porque habrá que traer esos productos desde ese lejano país generalmente del sudeste asiático hasta la megatienda del centro comercial, y porque la producción masiva usa recursos y energía masivamente y porque un porcentaje vergonzoso de esa sobreproducción se quemará produciendo emisiones de gases de efecto invernadero. 

Producir ropa es muy caro, ya lo vimos con Mercedes de Zubi, y lo vimos cuando nos pusimos Carla, María y yo a desgranar todo el proceso para crear una marca de moda sostenible. Si se hacen las cosas lo mejor que se pueden hacer, la producción es local para asegurar menos emisiones y una regulación laboral lo más justa posible. Los materiales son lo más respetuosos con ese ciclo natural y con los animales de los que proceden en algunos casos. El packaging no usa plásticos y es lo más minimal posible. La producción es lo más ajustada a la demanda que se pueda, las emisiones son compensadas, hay muy pocas colecciones en un año para evitar un consumo excesivo… son muchas cosas que encarecen cada paso del proceso y que se ven en el precio final. 

Y en mi opinión, aunque nos hayamos acostumbrado a precios tirados y a gastos de envío o devolución inexistentes, es bueno que esto no sea así, y no precisamente porque la ropa ‘consciente’ es para quien se la puede pagar, sino porque en el precio no solo estás pagando todo lo bueno que tiene esa prenda, sino que estás valorando que todo el proceso sea lo más ético y sostenible que se pueda, y porque un precio mayor quizá haga que te pienses un poco más tu compra y que no compres tanto.

No digo un precio inasequible para la gente con pocos recursos ni lujo, no estoy hablando de eso. Digo que los precios a los que nos tienen acostumbrados el fast fashion, el ultra fast fashion y el low cost son simplemente imposibles de sostener para una industria ‘sana’.

Todos queremos que nos paguen dignamente por nuestro trabajo, que el río baje con agua limpia, y que el aire no esté contaminado, pero como todas estas cosas pasan a tantísimos kilómetros de nosotros, ni lo vemos ni lo queremos ver. En mi caso, soy muy empática y ver documentales y fotos sobre este tema, leer sobre lo que pasa allá donde producen la ropa que compra la mayoría de la gente, me ha hecho ponerme en el lugar de esas personas y no solo, sino pensar que, si eso pasa en algún rincón del mundo, también estaremos permitiendo que nuestro propio trabajo se devalúe y que ese impacto medioambiental brutal nos llegue de alguna forma hasta nuestra propia casa.

7. Mejor comprar a artesanos, a pequeñas marcas o tiendas físicas que vendan ropa hecha lo más cerca posible y controlando la sobreproducción.

Esto lo he intentado hacer especialmente cuando estoy de viaje, porque me encanta tener un poco de cada sitio en mi armario y que cada prenda me recuerde a un viaje o una anécdota, pero cuesta mucho llevarlo a cabo porque cada vez hay menos tiendas físicas de marcas pequeñas o que tengan varias marcas, porque las grandes cadenas están acabando con ellas. Los grandes grupos textiles se están llevando todo el pastel a base de inundar los mercados con ropa barata, a base de marketing y gracias a ese músculo empresarial que las hace ser las más rápidas en los procesos y más resistentes a debacles como la pandemia y que les permite pagar los alquileres desorbitados de los locales en las grandes ciudades.

Yo creo que debe haber diversidad y competencia y que los modelos de negocio basados en la producción bajo demanda y prácticamente a medida son la respuesta a toda esta locura, pero veo que cuesta muchísimo que estas marcas y tiendas pequeñas sobrevivan en este entorno. Solo estoy viendo que lo puedan hacer si realmente adquieren una conciencia medioambiental de vender menos pero mejor y son muy creativos en el diseño y en la manera de transmitirte todo esto, que te sientas parte de una filosofía y un estilo únicos. Y esto lo estoy viendo en muchas marcas que venden casi exclusivamente online, y ahí llegamos a la octava conclusión.

8. Comprar moda online: no lo acabo de ver. Mi idea: una tienda para varias marcas de moda consciente.

Ya he dicho que soy muy indecisa y me cuesta visualizarme con una prenda o un outfit puestos, aunque a estas alturas ya conozca mi cuerpo bastante bien y sepa lo que me queda bien y lo que no. Por ello comprar moda online no me acaba de convencer, además de por el hecho de que siempre parece mejor en la foto, ¿no os ha pasado? Yo necesito tocar la prenda para comprobar la textura, si pica o no, la calidad del tejido, si es una tela de esas gustosas… y he de decir que he dejado de comprar ropa por internet porque habré devuelto un 70% de los pedidos que he hecho, y a la decepción que supone tener que devolver porque no te queda como creías o realmente no te gusta o la tela no es como te la imaginabas, pues se une el hecho de que detrás hay una producción, un transporte con sus emisiones, un packaging que va a la basura… en fin, DRAMA.

Por lo tanto mi propuesta sería que varias marcas de moda sostenible se unieran en alguna forma de cooperativa para alquilar un espacio en el que te puedas ir a probar la ropa, tocar la prenda… y si te gusta, lo pides por internet. Ya sé que existen los pop-up stores, pero lo que yo propongo es más un muestrario en el que el riesgo de que la cliente o el cliente se decepcionara y devolviera el pedido, y también reducir el riesgo de devolución para la marca, que es también un problema muy gordo en esta industria. Yo ahí lo dejo. Si hay alguien que ya lo haga o a quien le interese hacerlo, que me contacte porque me parece muy interesante para hablarlo en el podcast.

9. La moda rápida no para de crecer, y al final todos compramos en estas marcas.

¿Por qué? Porque es lo que todo el mundo lleva, porque es barata, es ubicua, tiene tiendas físicas en todas las ciudades en todo el mundo, porque su maquinaria de marketing es apabullante y porque tanto músculo empresarial borra del mapa a la competencia. 

Me encantaría comprar ropa solo de marcas respetuosas con los derechos laborales de los trabajadores que la producen, que produzca el menor número de emisiones y residuos posibles, que me quede de puta madre y me encante siempre, y que me dure forever and ever por su gran calidad y sea justo lo que necesito para la vida que llevo. 

Pero esto es como la realpolitik: en realidad, tengo que afrontar el hecho de que la mayoría de las marcas a las que les daría el ok, que son bien poquitas, no tienen tienda física, y si pido algo online, en el 70% de las veces lo voy a devolver porque la expectativa en la pantalla no tiene nada que ver con lo que recibo, con cómo me queda, o con la textura o calidad de la prenda. Intento comprar en tiendas de segunda mano, y casi nunca encuentro nada que me guste. Y estas dos cosas juntas me pasan con las aplicaciones de ropa de segunda mano. Que levante la mano la afortunada que ha vendido algo por Vinted, o la que encontró las zapas que quería y de su número en Micolet. 

Pues eso, que al final, porque necesitas ropa interior o porque no encuentras tu talla, todos nos vamos al Zara o al H&M en algún momento. Pero tranquila, no te sientas culpable: el hecho de que de vez en cuando compres en estas grandes marcas no va a matar un polluelo de pingüino al otro lado del globo. Sí, nuestras acciones individuales son importantísimas, pero lo más importante es lo que hagamos como grupo, como sociedad.

10. Al final, lo realmente importante es lo que hagan las grandes corporaciones, no el pequeño consumidor. El consumidor como activista climático

Sí, esta es una conclusión a la que llego después no solo de esta serie sobre la industria de la moda, sino que también lo reconocí al cabo de la serie sobre la industria agroalimentaria. Debemos reducir nuestro consumo, sí, comer menos carne, muy cierto, no comprar ropa barata hecha de materiales sintéticos que alguien ha cosido en Bangladesh por una miseria, verdad 100%.

Pero ¿qué es esto de desplazar el peso de la culpa y de la acción al pequeño consumidor, cuando lo que causa el grueso de las emisiones de gases de efecto invernadero que son las que están directamente detrás del calentamiento global, son un puñado de multinacionales que se dedican a extraer y refinar combustibles fósiles en todo el mundo? 

Mucho color verde y colecciones eco por aquí, mucho invertir en renovables por allá, mucho “llévate tu propia bolsa de tela” al súper por acullá, todo muy nice, muy buenrollero y cargado de optimismo y buenos sentimientos, y permitimos que esto siga pasando en este mundo en 2021, cuando ya estamos sufriendo los efectos bestiales del calentamiento global como las inundaciones o los incendios de este verano, y cuando muchos de los efectos más graves de la acción del ser humano sobre la naturaleza en este llamado Antropoceno no pueden ser frenados ni revertidos, como mucho mitigados. 

Pero se empiezan a ver signos de que la misma gente ya no va a permitir a estas empresas no solo irse de rositas, sino seguir adelante con sus planes de extracción y expansión. Movimientos en los tribunales, como la sentencia histórica a la petrolera Shell en Países Bajos, o revueltas de accionistas o fondos de inversión ‘verdes’ que se cuelan en juntas de accionistas o escalan a los consejos de administración de las mayores extractoras de combustibles fósiles del mundo, están enviando señales muy claras de que el consumidor, la gente, ya no es el sujeto pasivo y totalmente desprotegido que sufre los efectos del cambio climático sin poder hacer algo realmente significativo por cambiar el curso de los acontecimientos y que está resignado a seguir consumiendo como le mandan.

Vale, ya paro con el activismo ecologista jeje

Esto ha sido todo por esta temporada, espero que te haya removido algo por dentro, y que mis chapas, a pesar de lo pesadita que soy, te hayan resultado interesantes y ¡ojo! hasta entretenidas. Yo ahora entro en barbecho para descansar de esta temporada, que ha sido muy intensita, y preparar la siguiente, que ya se me está yendo de las manos como de costumbre y estoy pensando demasiado a lo grande. No será hasta dentro de unos meses, para que nos echemos de menos y para dejar tiempo y espacio para que fluya la creatividad. 

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MÚSICA

Calm And Safe (Loopable) by Dave Deville
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